Ricard Vinyes. Historiador. Publico

Cuando en 1993 fue inaugurado en Washington el Museo Memorial del Holocausto, Elie Wiesel repitió en su discurso lo que ya había dicho cuando elaboró el proyecto por encargo del presidente Carter: aquella nueva institución no era temática, sino una institución sobre la responsabilidad, la responsabilidad moral y la responsabilidad política. Era una apelación de fondo que trascendía las víctimas de cualquier masacre para dirigirse a la ciudadanía y decirle que tan responsable como el que mata es el que calla. En los años siguientes estallaron ante nuestros rostros las masacres ruandesa y yugoslava, por citar sólo lo más llamativo.

En marzo de 1998, poco antes de la anunciada –y muy demorada–, creación de la Corte Penal Internacional, antes también de la inesperada detención de ,  en Londres, y en pleno auge de las grandes construcciones memoriales en Alemania, Francia y Estados Unidos relativas al Holocausto y la resistencia antifascista, en pleno esfuerzo de las iniciativas de pequeñas organizaciones que reclamaban el rescate de espacios memoriales en Chile y Argentina, la Academia Internacional de las Culturas convocó uno de esos macrocongresos habituales –llamados también “foros internacionales”– donde, a pesar de la arrogancia institucional que conllevan, siempre hay la oportunidad de escuchar cosas bien interesantes dichas por buenos profesionales. Por lo general son encuentros a posteriori, es decir, convocados porque algo se ha movido y de repente ha alcanzado la agenda institucional. En aquel caso, la convocatoria era para hablar de los procesos sociales relativos a la irrupción de memorias, de olvidos impuestos y de los conflictos éticos y jurídicos derivados de los procesos de transición. Aquella década –la de los noventa– fue una era de construcción y reflexión memorial que penetró en el nuevo siglo con fuerza. Una situación en buena medida causada por la liquidación de dictaduras emblemáticas, desde Chile a Sudáfrica pasando por el arco complejo de dictaduras soviéticas. Pero la estrella era sin duda Sudáfrica. Tuvo mucha publicidad, sí, y el sistema presuntamente reconciliador inventado por el obispo Desmond Tutu desde la Comisión de Verdad y Reconciliación –sostenido en la muy confesional noción de arrepentimiento– parecía el camino a seguir urbi et orbi. Por ello no es extraño (aunque sí desastroso) que el referente del proceso de paz irlandés (1994-1998), en lo tocante a un proyecto de reconciliación y de perdón de las víctimas, se inspirase en el proceso sudafricano. Continue reading »

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